EL CUADRO ROJO
Tengo miedo. Desde que entré a esta galería de arte, una extraña sensación de ansiedad se apoderó de mí. Las sombras proyectadas por las obras contemporáneas, como si fueran sombras de otro mundo, se cerraban sobre mí como un abrazo. Mi corazón latía con fuerza mientras recorría las paredes adornadas con cuadros abstractos y desconcertantes. Sin embargo, mi atención se centró en una obra en particular: un cuadro rojo.
El cuadro era una
sinfonía de colores oscuros y profundos, que se mezclaban en una danza de tonos
inquietantes. El rojo en el centro parecía sangrar hacia los bordes, como si
estuviera siendo consumido por la oscuridad circundante. No podía apartar la
mirada de él, como si una fuerza invisible me atrajera hacia su abismo. La
sensación de miedo se intensificaba a medida que mis ojos se perdían en el
lienzo.
Me di cuenta de
que estaba completamente solo en la galería. Las voces de los otros visitantes
se habían desvanecido en la distancia. El cuadro parecía tenerme atrapada en su
hechizo, como si el artista hubiera plasmado en él sus más oscuros temores y
ansiedades.
El tiempo se
volvió borroso mientras permanecía hipnotizado por la obra. No sabía cuánto
tiempo había pasado, pero finalmente, logré alejarme de ella y retroceder. El
alivio fue instantáneo, pero cuando me volví para abandonar la galería, algo
extraño ocurrió.
El cuadro rojo parecía
haber cobrado vida. Los colores se agitaron y comenzaron a fluir como sangre
caliente. La oscuridad se retorcía y se movía como una tormenta en el
horizonte. Mis piernas temblaban mientras retrocedía, pero una fuerza invisible
me impedía moverme con rapidez. El cuadro parecía querer tragarme, absorberme
en su mundo retorcido.
Entonces, en un
instante, todo se detuvo. El cuadro volvió a su estado inmutable, y las luces
de la galería parpadearon, como si nada hubiera sucedido. Pero algo había
cambiado en mí. El miedo se había convertido en una especie de comprensión, una
conexión con el sufrimiento y la angustia que rojo había plasmado en su obra.
Salí de la
galería con la mente llena de pensamientos oscuros y emociones encontradas. Su
vestido fue lo último que vi, el momento exacto en que el rojo se disolvía en
el negro. Esa pintura, ese cuadro de rojo, había dejado una marca indeleble en
mi alma. Había enfrentado mi miedo y lo había transformado en algo más
profundo, más oscuro, pero también más humano. El arte, como la vida misma, a
veces nos confronta con lo desconocido y nos lleva a lugares inesperados en
busca de la verdad.
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